2.6.08

Arte digital: espacio fecundo de imágenes

El arte digital se convierte en el espacio más fecundo de experiencia del “vértigo metamórfico” que impregna la cultura en la actualidad

PLINIO CHAHÍN

La reproducción electrónica masiva de la imagen visual lleva al hombre de hoy a experimentar una “reducción” a lo presente e instantáneo de carácter ambivalente. Por un lado, el horizonte de nuestras capacidades mentales y perceptivas se amplian enormemente. Pero, por otro, se corre el riesgo de un debilitamiento progresivo de la memoria, individual y colectiva, con la posibilidad de empobrecimiento cultural que conlleva.
El enriquecimiento estrictamente estético es, obviamente, innegable, ligado a la introducción de factores temporales específicos, de instantaneidad, espontaneidad y simultaneidad y a un nuevo potencial de transformación en el proceso de producción de la imagen.
El láser, la holografía o el video suponen nuevos avances de carácter espectacular. Pero desde mi punto de vista en ellos hay, al menos hasta hoy, tanto “ruptura“, como continuidad con las potencialidades implícitas en la cultura audiovisual masiva. En ese sentido, creo que sus diferencias con el horizonte estético puesto en pie por la fotografía, y ampliado después por el cine, son mínimas.
Lo que sí considero en cambio una auténtica “revolución”, es el desarrollo de la informática o cibernética, con las nuevas vías abiertas en las telecomunicaciones, arte del ordenador (computer art), realidad virtual, y uno de los “géneros” más vivos y dinámicos entre los que han surgido últimamente, y que representa extraordinariamente bien el sentido y el horizonte de nuestra cultura: “el arte para la red” (net art). En este último rótulo encuadro aquellas propuestas artísticas pensadas y producidas “específicamente” para el soporte tecnológico y comunicativo de Internet, de las redes globales de comunicación digital, y no las que simplemente utiliza la red como mera forma de presentación y comunicación.
Todo un territorio realmente nuevo de experiencia estética, cuyo nombre general más preciso sería para mí el de “arte digital”, se está abriendo ante nuestros ojos. La síntesis cibernética, informática, de los géneros tradicionales hace viable un repertorio “ilimitado” de imágenes que integran formas visuales y colores, palabras y sonidos. El arte digital se convierte así en el espacio más fecundo de experiencia del “vértigo metamórfico” que impregna nuestra cultura, como dice Paul Virilio.
La tecnología digital no sólo altera en profundidad el status del objeto artístico, sino también las relaciones entre el productor (artista) y el receptor (público). Desde los años sesenta, la idea de participación creativa del público es uno de los aspectos recurrentes en el universo artístico. Esa perspectiva se materializa con más fuerza que nunca en el arte digital. Las imágenes: cambiantes, fugaces y multidimensionales, demandan, en muchos casos por la propia voluntad de los artistas, la intervención de los sujetos receptores. La imagen propuesta se convierte así en un punto de partida, en un entramado de signos que puede ser explorado y modificado de modo diferente por los distintos sujetos que acceden a la misma.
Es uno de los aspectos más positivos de la revolución digital: en lugar de la pasividad inducida por las viejas máquinas el ordenador propicia la acción, la modificación de lo que se recibe. En el plano específicamente artístico, la idea de interacción se ha convertido en una de las más estimulantes y frecuentes. Desde mi punto vista, según vengo anticipando, está incluso destinada a convertirse en una de las categorías principales del nuevo pensamiento estético hoy emergente, en la medida en que expresa adecuadamente el carácter activo, la demanda de intervención del público en las propuestas artísticas, a diferencia de la quietud y pasividad que segrega la categoría tradicional de contemplación derivada de un contexto religioso.
La categoría de interacción permite situar la experiencia estética en un plano estrictamente antropológico, depurándola de todas las contaminaciones teológicas, que con tanta frecuencia se han superpuesto sobre ella. Lo que tiene lugar es un cambio radical en el “status” de la imagen: frente a la perduración (física, perceptiva, estética...) de la imagen visual en la pintura, la escultura, la fotografía, el cine e incluso el video, la imagen digital en sí misma es cambiante y fugaz.
Es bastante común que los artistas que trabajan con las nuevas tecnologías hablen de “inmaterialidad”. Es cierto que las imágenes generadas en el ordenador no tienen una realidad “física”, pero no creo que se pueda afirmar que son “inmateriales”. Son más bien formas nuevas de materialidad. Son entidades numéricas, computacionales, pero, por ello mismo materiales en el mismo sentido que lo son las operaciones del cerebro humano.
El papel decisivo de la luz y las entidades numéricas en las nuevas formas de expresión tecnológica lleva en algunos casos a formulaciones de un idealismo ingenuo, fácilmente detectable desde un punto de vista filosófico.
Al tiempo que considero enormemente fecunda e interesante una reactualización de la larga tradición estética centrada en el número y la luz, desde el pitagorismo y desde Platón, creo que en la época actual esas dimensiones deben enfocarse desde un punto de vista filosófico en la búsqueda “materialista“, “corporalista”, del enriquecimiento global del ser humano, de su cuerpo y su mente.
Esa perspectiva integracionista, en la que la tecnología propicia la extensión de los sentidos y no su negación, abre por lo demás la posibilidad de superar definitivamente los dualismos ideológicos que tan negativa presencia han tenido en nuestra tradición cultural.
El nuevo “status” de la imagen digital va más allá de la “colaboración” de los géneros tradicionales. Abre la vía para una “convergencia” profunda, para una fusión de los distintos soportes sensibles o “lenguajes”: palabra, forma visual, sonido, sobre cuya analogía y diferencia se funda la tradición artística de Occidente.

AREITO, 31 de Mayo de 2008

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